Cuando pensamos en vino, solemos imaginar viñedos, barricas y copas… pero hay otros protagonistas invisibles que hacen posible su existencia: las levaduras. Estos microorganismos, aunque son diminutos, son los responsables de una de las transformaciones más fascinantes del mundo del vino: la fermentación alcohólica.

Las levaduras son hongos unicelulares que, al entrar en contacto con el mosto de la uva, comienzan a alimentarse de sus azúcares y los transforman en alcohol y dióxido de carbono. Gracias a ellas, el zumo de uva se convierte en vino. Pero no todas las levaduras son iguales, ni todas actúan del mismo modo.

Entre todas las que pueden aparecer de forma natural en el proceso, hay una que destaca por encima del resto: la Saccharomyces cerevisiae. Esta levadura es la gran protagonista de la fermentación alcohólica por su capacidad de resistir niveles altos de alcohol y dióxido de carbono, completando la transformación del mosto con eficacia.
En las bodegas se pueden utilizar dos tipos de levaduras:

    – Levaduras autóctonas, que proceden directamente del viñedo, de la piel de las uvas, del ambiente… Aportan personalidad, pero requieren un mayor control durante el proceso.
    – Levaduras comerciales, seleccionadas por sus cualidades específicas y utilizadas para asegurar una fermentación más estable y predecible.

Cada decisión influye en el resultado final del vino. Desde la variedad de levadura hasta el control de la temperatura o la duración del proceso, todo cuenta. Por ejemplo, en vinos blancos se fermenta a temperaturas más bajas para conservar los aromas más sutiles.

En Bodegas Amador García, cuidamos cada detalle del proceso.